28/9/08

FEDERICO TORRES

Nació en Berisso, provincia de Buenos Aires, en 1984. Reside en la ciudad de Formosa desde el año 1999. Es estudiante del Profesorado en Letras en la Universidad Nacional de Formosa e integra el grupo literario independiente “Alquímico”.



AD AETERNUM

Una herida llevan estas manos,
un estigma las difiere
de las otras muchas,
el dolor abreva de ellas
insaciable.
No contuvieron tu último suspiro
sus cuencas.
Tu boca callada para siempre
se llevó la voz
que llenaba las cosas
de caricias sonoras,
y
con ella
la antigua prosa
de tus años jóvenes.
Tu sombra inmensa
atardecía el mediodía
a su paso.
Tus manos,
otrora fornidas,
hoy óseas agujas,
en una aislada penumbra
tejen el tiempo
hasta la eternidad.



EL HURACÁN DE TUS MANOS

“Nace como la herramienta:
a los golpes destinado…”
Miguel Hernández

El huracán de tus manos
arrancó lágrimas
de estos ojos.
Con sangre
pegaste uno a uno
cada ladrillo
de esa casa
que erigiste
para decorar con risas.
Tus manos
se alzaron gigantes,
constructoras.
Hermanas de la cal
y el ladrillo
nacieron,
pero hermanas
de la harina,
de la sal,
del agua de los panes matutinos
y del verdor del zapallo
y la cebolla,
también.
Esas manos melancólicas,
severamente ásperas,
alzaron los ladrillos
que
formaron ese techo lunar.
Esas manos
me arrancan lágrimas
por la sed
que mis mejillas gritan
de sus caricias.
No encuentran más
que el rastro de sal
que van tejiendo mis ojos.




ETÉREO

Mi pueblo es un pueblo de calles verdes, de calles vírgenes de pisadas, con el silencio del pasto aferrado eternamente a su recorrido. Qué belleza las tardes de lluvia, qué delicia los soles post-dilúvicos. Nadie sale por no arruinar aquella perfección clorofílica. Las casas solas nacen de entre las fauces de la tierra. Los novios se enamoran desde lejos y se envían besos golondríneos. Las mujeres se embarazan recogiendo con los aleteos de sus polleras los espermas migratorios que les envían sus amados desde lejos.




RECUENTO

Mi vida es una secuencia incesante
de terribles alegrías
y de hermosas desgracias.
De las primeras,
sólo me queda el vigíleo recuerdo de un sueño,
de las otras,
el escozor vivo aún teje sus hilos.
Fue aquel ocaso, acaso,
o alguna lectura niña de mis años primeros
lo que clavó la espina de la escritura en mí.
Sé, sin embargo, que debo arrancarla.

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